“Peleas como niña, lloras como niña, corres como niña”, frases cotidianas que se aplican para ofender al género masculino… frases altamente violentas, pues detonan que el “ser niña” supone un apelativo de inferioridad y debilidad.
Cuando estaba embarazada de mi segunda hija, trabajaba en el gremio médico y algunos doctores (se supone estudiados y profesionistas) me felicitaban por mi embarazo y me preguntaban el sexo de mi bebé, “es una niña” —contestaba—, y ellos respondían —¡qué bien, “producto para caballero”!—. Se imaginarán mi enojo e indignación ante aquellos seres que suponen que las niñas y las mujeres les pertenecemos como producto para su uso y beneficio.
Ahora, después de 14 años, Sofía (mi hija) me manifiesta el miedo que siente ante una terrible sociedad donde las niñas no son protegidas, ni siquiera por los más cercanos, que son sus familiares, sus protectores. Salir a la calle libremente, vestir como a ella le apetezca o subirse a un transporte público sin que reciban un tipo de acoso, maltrato o abuso simplemente por ser mujer, es algo que mantiene en la incertidumbre, en el enojo, en el miedo de miles y millones que viven a diario por el simple hecho de SER NIÑA, de ser mujer.
Las estadísticas nos recuerdan a diario que Sofía y muchas niñas tienen razón por tener miedo: en el 2020 una menor fue asesinada cada tercer día. Cifras que nos lleva a la indignación, a la reflexión, a la toma de conciencia y a la acción.
El día de hoy, 11 de octubre, conmemoramos el Día Internacional de la Niña, una fecha promulgada por la ONU para que lo recordemos hoy y todos los días: que las niñas y adolescentes no son débiles, no son inferiores y mucho menos son producto de nadie.
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