Sanar requiere un proceso

 Por: Karina Nova

Ninguna herida sana por arte de magia y eso lo aprendí desde muy pequeña, pues resulta que a la edad de 10 años sufrí un accidente que me dejó grandes aprendizajes, prometo que todo este relato tiene una razón de ser.

La vida de mi familia era de lo más normal, vivíamos en la Ciudad de México, cuando a los 10 años, por motivos de salud de mi hermano mayor nos mudamos al estado de Michoacán, prácticamente salimos corriendo porque desarrolló asma y, bueno, una vez allí, fue una vida completamente nueva para mis hermanos y para mí, de la ciudad al rancho y como en todo rancho, los usos y costumbres eran muy diferentes.

Para continuar con mi relato, ya estando en casa de los abuelos, generalmente la leche se ponía a hervir después de la comida y se colgaba en unas estacas que hacían el papel de repisa, justo ahí se le dejaba enfriar, a esa edad, mi estadía en la cocina era toda una aventura, pues me encantaba ver lo que era el proceso para hacer el queso.

Una tarde, estaba sentada en un pequeño banco, justo debajo de la repisa de la leche, de repente me levanté y golpeé con mi cabeza una orilla de la olla caliente, derramé la leche sobre mi espalda; mi mamá desesperada tomó el agua del nixtamal* y con ella frotó mi espalda encima del vestido que llevaba puesto. Salimos directo a la clínica más cercana donde el médico comenzó lo que sería el proceso más doloroso que la misma quemadura y el intento de mi mamá de ayudarme.

Retirar el vestido pegado a mi piel fue lo primero, recuerdo ver dos frascos con líquido de color verde y uno naranja en aquella mesa, según el doctor era jabón líquido, tomó una gasa y limpió mi espalda, el dolor era mucho, finalmente todo aquello pasó. Los días consecuentes era solo traer playeras rotas en toda el área de la espalda, ya que la herida según el médico, sanaría sola y como las abuelitas dicen…. Si lo tapas, no sana.

El tono de mi piel a esa edad era demasiado moreno, razón por la que mi doctor decía que mi continente, África, quedaría grabado en mi espalda para toda la vida, lo cual, no fue cierto, ya que actualmente te puedo decir que no tengo ningún tipo de cicatriz.

Si sanar requirió un proceso tan largo y en momentos doloroso como lo fue el caso de una quemadura, ¿cómo no podría serlo en el ámbito emocional y espiritual? La mayoría de las personas tenemos heridas emocionales de cosas tan dolorosas de verdad, cosas que no pudimos sanar, que se quedaron ahí, sin lavar, sin secar, que fueron tapadas y esas heridas fueron traídas a nuestra edad adulta, imagina la infección que esto pudo producir, no solo en tu cuerpo, sino en tu alma.

Una ruptura amorosa, un abuso, rechazo de la sociedad, bullying, golpes, pobreza, discriminación, apatía, etcétera.

¿Quién actualmente puede decir que goza de una real sanidad? quizás muy pocos, y eso nos ha convertido en una sociedad enferma, infectada, cuyo reflejo lo vemos todos los días en las noticias, en redes sociales, en las calles, en nuestras propias familias.

Quizá sea tiempo de volver a destapar esas heridas y dejarlas sanar, quizá sea tiempo de encontrar la raíz del problema o de la situación, ¿alguna vez te has preguntado donde se anida tu mayor dolor? ¿sabías que también existe el jabón para sanar las heridas del alma? no podemos permitirnos seguir creciendo así, tenemos la opción de buscar ayuda, cuando tenemos hijos a los cuales no deseamos heredar nuestras propias heridas y tampoco infectar con nuevas, existen muchas alternativas, es momento de buscar la tuya, ayuda psicológica, terapéutica, meditación, yoga, registros akáshicos. Sin duda, habrá alguien, una persona que ya haya pasado por el proceso y esa persona estará dispuesta a ayudarte, solo pide y se te dará, toca la puerta y se te abrirá, el mapa de África no tiene por qué quedar grabado en tu espalda, yo lo sé, solo sé valiente, el jabón y el tiempo te curarán. Bendiciones.

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Cultura de cambio “Crece con valores y nuevos comportamientos”

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