Si tu corazón, como el mío, late al ritmo de una guitarra eléctrica, un bajo y una batería, déjame que te cuente la historia de cómo un género: el rock, surgido en los 1940 en Estados Unidos, rechazado desde su origen por sus claras influencias «negras», que se ha extendido globalmente, ha mutado y ha dado pie a un sinfín de subgéneros, además, marcó un hito en la Historia, y se hizo merecedor, honrosamente, de un día en el calendario que festeja su existencia.
Es 13 de julio de 1985, la élite del rock mundial se ha unido en un evento sin precedentes por una causa colosal: combatir el hambre en África, Etiopía y Somalia, para ser más precisos, tras una sequía que asoló el área entre 1983 y 1985, y produjo lo que se conoció como «el infierno en la tierra»; artistas británicos principalmente, lanzaron, bajo el nombre de Band Aid, la canción Do They Know It’s Christmas? a fines de 1984, mientras que los estadounidenses, meses después, liderados por Michael Jackson y Lionel Richie, colaboraron con We Are The World, ambas con el fin de recaudar fondos para apoyar a las comunidades afectadas. Sin embargo, el África arde y las muertes se cuentan por miles, y un par de canciones no fueron suficientes.
Poco menos de un año antes, la BBC había mostrado al mundo lo que sucedía, y de esta forma Bob Geldof, vocalista y líder de la banda The Boomtown Rats, decidió viajar al continente negro y, posteriormente creó la fundación Band Aid Trust, encargada de manejar y distribuir toda la ayuda recaudada, mediante la cual se grabó el sencillo británico en favor del hambre en Etiopía. Boy George y Jon Moss, vocalista y baterista de Culture Club, respectivamente, quienes participaron en la grabación de la canción navideña, estaban de gira, y en su último concierto, el 22 de diciembre de 1984, decidieron cantar el éxito con algunos de los integrantes de Band Aid; quedaron tan conmovidos con aquella presentación, que se acercaron a Geldof con la propuesta de un concierto benéfico. La idea fue puesta inmediatamente en marcha. Es así como surge el legendario Live Aid: una causa, dos conciertos, dos ciudades, una transmisión mundial simultánea, un solo idioma: el rock.
De vuelta a ese épico sábado 13 de julio, son poco más de las doce del día en Londres (siete de la mañana en Filadelfia), y tras la llegada del Príncipe Carlos y la Princesa Diana y la interpretación de una versión abreviada del himno nacional del Reino Unido, God Save the Queen, empiezan a sonar los acordes de Rockin’ All Over the World, de Status Quo, el público, animado, canta y agita los brazos al compás de la música, la jornada apenas empieza.
A las 8:51, en un soleado Estadio John F. Kennedy y ante 90 mil espectadores, Bernard Watson abre micrófono de este lado del Atlántico. La transmisión es realizada por la BBC en Inglaterra, ABC y MTV en los Estados Unidos, así como por múltiples televisoras que llevan el espectáculo a cerca de 2 mil millones de espectadores (casi el 40% de la población mundial) en 72 países.
Pasadas las tres de la tarde en el estadio londinense, un joven Sting interpreta su icónica Roxanne; un par de canciones después entra en escena Phil Collins y se sienta al piano para entregar una sentida Against All Odds, dando una participación alterna y luego conjunta, que termina con Phil abordando el helicóptero que da inicio a la empresa titánica, por trasatlántica, de trasladarlo a Estados Unidos para lograr una doble presentación. ¡Es una locura!
Algunas de las actuaciones más esperadas son las de Led Zeppelin, Paul McCartney, The Who, David Bowie y Mick Jagger, sin embargo, aunque pudiera destacarse la de U2, sin duda alguna la que tomó a todos por sorpresa, por inigualable, y será recordada como la más memorable de aquel concierto y la mejor de la historia, es la de Queen. El reloj marca las 6:41, y un Wembley abarrotado recibe a sus cuatro integrantes, que entran corriendo conscientes de la brevedad de su estadía en escena, dispuestos a entregar el máximo en aquellos pocos minutos.
Freddie Mercury corre de un lado al otro del escenario, saludando al público, para luego tomar posesión del piano, y unos segundos después, del público, con la introducción de su ya considerado himno, Bohemian Rhapsody. Esa tarde, frente a 74 mil asistentes, lo suyo es un derroche de energía, entusiasmo y talento que ha quedado sentado como los 20 minutos que cambiaron la historia de la música.
Al final del día, con 16 horas de música continua, la presencia de una cincuentena de artistas, una veintena de presentadores, enlaces con 8 países y con el concorde donde viaja Collins, con altas y bajas, y algunas fallas técnicas, se recabaron arriba de 40 millones de libras, sobrepasando por mucho las expectativas de los organizadores, aunque la suma total, en los días posteriores, ascenderá a más de 127 millones de dólares.
El Live Aid, con esta impresionante proeza, logró demostrar que la música puede inspirar grandes acciones, y los conciertos de beneficencia se volvieron algo frecuente, entre ellos el que celebró la caída del muro de Berlín, en 1990; el homenaje a Freddie Mercury, en 1992, en la lucha contra el SIDA; The Concert for New York City, en 2001, posterior a los ataques del 9/11; el Live 8, en 2005, cuya intención era llamar la atención de los líderes del G8 sobre el hambre en los países subdesarrollados; el 12-12-12 Sandy Relief Concert, en 2012, para apoyar a los damnificados del huracán Sandy; One Love Manchester, en 2017, en apoyo a las víctimas de un ataque terrorista por parte del Estado Islámico; Fire Fight Australia, en 2020, para combatir los incendios en Australia ocurridos entre 2019 y 2020 conocidos como «Black Summer», por mencionar algunos.
Es por ello que se decidió inmortalizar aquel mítico 13 de julio y establecer la fecha como el Día Mundial del Rock en homenaje no solo al género musical nacido del blues, el rhythm and blues y el country, que se caracteriza por el sonido de la guitarra y el bajo eléctricos, sino al vínculo indestructible que se crea cuando los corazones del mundo se unen a través del poder de la música, latiendo a un solo ritmo: el del rock.