Ha pasado la gravedad de la pandemia que asoló al mundo los últimos dos años, afectó la vida de todos los seres humanos de alguna manera, a pesar de haber sobrevivido a los embates de un fenómeno que aparentemente nadie esperaba y que vino a trastocar la vida cotidiana en todos los ámbitos universales y ha dejado secuelas que solo el tiempo se encargará de identificar las mayores afectaciones, sin dejar de mencionar que la educativa es una de las más evidentes, y requerirá de paciencia, esfuerzo y recursos para poder, en el corto plazo, revertir los estragos.
Para nuestro país no será fácil, y la pandemia será el pretexto para justificar el rezago educativo que nos carcome hace décadas y hasta hoy no se ha podido encontrar el rumbo a lo que pudiese llamar la ruta hacia la excelencia educativa, tan ausente en estos tiempos convulsos y ausentes de los valores elementales que deberían acompañar a una sociedad responsable de sus actos y cuya escuela y familia cada vez se distancian más.
En México, a mediados de los setentas se modificó aquel proyecto educativo basado prácticamente en el combate al analfabetismo y priorizaba la lectura, escritura y las cuatro operaciones básicas matemáticas, a la par que se privilegiaba el civismo como parte fundamental en la impartición de valores y cuyos sobrevivientes de esa escuela aún andamos cruzando los sesenta años, y nos podemos jactar con orgullo que precisamente la escuela era otra, a pesar de sus limitaciones.
En su momento, los tomadores de decisiones optaron por poner a nuestro país según el discurso y justificación de la época, en camino a buscar llegar al nivel de las grandes potencias, y para ello era necesario darle curso desde la escuela a conocimientos y haberes que permitieran la competencia a esos niveles; la propuesta era buena, sin duda, pero se cometió el error de descuidar los conocimientos básicos de la época, entrando en una etapa de laxitud que hasta hoy se sigue padeciendo y difícilmente será superada si no se hace lo conducente. Carecemos de un verdadero proyecto educativo con definiciones claras de qué tipo de individuo queremos formar para el futuro, acorde con la proyección de tipo de país que anhelamos, lo cual tampoco tenemos clarificado.
Se vive de modas y caprichos sexenales, sin evaluación seria institucional con autoridades, en muchos casos sin perfil, cuyo mérito está basado en la amistad o el acuerdo cupular más que en la eficiencia probada, el éxito de los países a los que aspiramos parecernos consiste en haber hecho de la educación el bastión principal para su desarrollo, no escatimando esfuerzos de todo tipo para lograrlo.
No se vislumbra en lo inmediato que exista el propósito serio de ir a fondo, por lo que sin duda ello seguirá esperando y ampliando la brecha y, por lo tanto, seguiremos teniendo en las escuelas a niños sin leer, escribir, comprender, sin manejar las operaciones básicas y, lo que es peor, sin poderlos reprobar, y si a esto le aunamos ausencia de valores, ya nos podremos imaginar las futuras generaciones.
Se entienden los grandes avances en todos los sentidos, el impacto de la nueva era de la computación, habrá quienes hoy defiendan y argumenten que ello ya no es necesario; sin embargo, guste o no leer, escribir y hacer cuentas, solo se aprende en la escuela, aunado a los valores que da la familia y se refuerzan en el aula, es en la temprana edad donde se forja al ciudadano del futuro, y ese futuro lo estamos cancelando desde hace muchos años y quizá sea la pandemia que no hemos considerado.
Alejandro Castillo Aguilar es docente, director de una Telesecundaria en Quintana Roo.