En principio pensé escribir una carta a mis hijos, pero ya será en otra ocasión, hoy en realidad les compartiré una reflexión muy personal en la que creo que muchas madres se podrán identificar con algo.
Antes que nada, agradezco a Dios, a la vida y a mi madre por decidir albergarme en su vientre para mi gestación. Por el amor y cuidado que siempre tiene conmigo y que sea un modelo de mamá inigualable. Por crecer con esos recuerdos y experiencias con las que hoy me hacen ser quien soy.
Al paso de algunos años de crecimiento, maduración, aprendizajes e independencia, emprendí este viaje para convertirme en mamá, y fue una gran emoción el que, producto del amor de pareja, creciera mi familia; la llegada de cada hijo es única e irrepetible, y lo sorprendente es que desde el momento en que yo sabía que dentro de mi crecían los seres más especiales que llenarían mi vida de bendiciones, me enseñaban algo nuevo cada día. Todo cambio en mi vida, mi cuerpo, mis hábitos.
El deseo de muchas madres, y me incluyo, es encontrar un manual o una varita mágica para actuar de la mejor manera con nuestros hijos, en ocasiones hacer y deshacer, de manera inmediata, acciones que les pudieran doler o lastimar, pero no hay tal, todo es con base en aprendizaje diario. A pesar de que por momentos crees dar tu mejor esfuerzo para su educación, atención, alimentación, amor, crecimiento… volteas atrás y le llevas aprendizajes que pudieron tener una acción diferente de tu parte.
Nosotras pensamos que debemos educar y enseñar a nuestros hijos, pero la realidad es que es de dos vías, ellos nos enseñan y aprenden de nosotros, y nosotros de ellos. Pero siempre estamos en constante acción y oración para que nuestros hijos tengan la estabilidad y tranquilidad que los lleve a su bienestar y felicidad, sin importar la edad con la que cuenten.
En sus diferentes etapas siempre hay que disfrutarlos, besarlos, cargarlos y apapacharlos. Cuando son bebés, en ocasiones la gente dice “no lo cargues, lo vas a mal acostumbrar a los brazos y para que quieres”, pero sabes en realidad, es la única etapa en su vida que los podemos cargar, abrazar y que ellos se sientan amados y protegidos de esa manera.
En su infancia debemos de darnos el tiempo para jugar e imaginar con ellos, pues descubrimos juntos cosas maravillosas que estrechan los lazos entre padres e hijos. Recuerdo con amor y agrado cada momento con mis niños.
En la adolescencia, que es en la etapa que me encuentro hoy con mis hijos, verlos empezando a tomar decisiones, sentirse con ese poder personal que cada uno tenemos, es una gran satisfacción, aunque ya saben ¡esto también puede ser usado en tu contra! Pero aun así con alegría y amor espero que salgan de sus escuelas, besarlos y abrazarlos para que me cuenten “si quieren” de su nuevo día.
Esa magia de familia que a diario vivimos con risas, enojos, ideas, diferencias, actividades, obligaciones, derechos, arrebatos, locuras y más… ha sido toda una aventura extrema después de haber vivido dos años entre cuatro paredes, sin convivir con nadie más, y agradezco a Dios y a cada no de mis hijos y mi esposo por seguir juntos, aprendiendo, creciendo y amándonos.
Feliz día a cada madre, abuela, tía, hermana que se encuentra cerca o lejos de sus hijos, cualquiera que sea la circunstancia, que siguen en la búsqueda de esa varita mágica, y sin saber, la llevamos dentro de nuestro corazón.
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