El autoestima, en término, es la valoración que se tiene de uno mismo y la autoconfianza que día a día nos regalamos. De este concepto emanan dos polaridades: autoestima alta y autoestima baja.
Cualquiera de ellas surgen a partir de creencias que llegamos a tener por medio de una influencia, dependiendo cuál sea el caso, pueden ser limitantes o, por el contrario, de impulso; no obstante, está en nosotros la decisión y responsabilidad de seguir alimentando o ponerle fin a estas ideas.
Este concepto se forma por distintos factores y paradigmas que nos dictamina la sociedad. En esta ocasión, se hablará de una circunstancia con palpable diferencia, y que en realidad tiene mucha similitud: la discapacidad, aquella falta total o parcial de algún sentido, movimiento o pérdida de miembros del cuerpo.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando las personas se encuentran ante una situación donde observan dicha condición? Aparecen ideas limitantes, lástima, desprecio, desilusión, enojo, desconfianza, e incertidumbre hacia aquello que desconocen. Pues tendemos a investigar solamente cosas de utilidad, y nos olvidamos de que quedan un sinfín más allá afuera, lejos de nuestra comprensión y privilegio. Y frente a la ignorancia, se crean murallas que nos cancelan la oportunidad de conocer, por ello se pide empatía hacia las personas con discapacidad, ya que no podremos llegar a saber con certeza cuánto puede afectarles en su autoestima. Pues al no ser aceptados, se minimizan y hacen a un lado sin valorar las acciones que llevan a cabo. No reconocemos nuestro valor, y mucho menos nos damos la libertad de hacer lo que nos guste.
Además de minimizarnos, nos infantilizan constantemente, disfrazando comentarios “eres un niño especial”, “regalo de Dios”, “ojalá te cures”, para llenar el vacío incómodo de la habitación y silenciar el dejo de lástima que lanzan en la primera mirada.
Sin embargo, es difícil cambiar esta perspectiva de un dia para otro, pues es la narrativa acostumbrada, pero el presente y el cambio pueden irse escribiendo renglón a renglón, persona a persona.
Ya se habló de la parte baja y oscura, ahora corresponde hacerlo de la parte bonita de la acera, el lado soleado de la calle, cuando una persona decide hacer el acto de amor más puro hacia ella misma: subir su autoestima hasta el cielo.
Crear un FODA para detectar tus puntos determinantes a la hora de hacer un cambio; dedicarse al ejercicio o a tu hobbie favorito, a lo que te haga feliz. Poner alarmas que te recuerden que tu existencia es valiosa y vasta. Valorar cada parte de tu cuerpo y alma, y que aquello de lo que carezcas se convierta en un impulso y no una limitante. Sé agradecido con la vida, por las metas, las caídas, las lágrimas, los aprendizajes, los amigos y la familia, y contigo.
Todas las personas tenemos un límite, y ese mismo límite es el que nos hace movernos adonde se nos permita sentir paz y armonía; sentarse y pensar ¿qué quiero hacer? Para después entrar en acción y llegar a acuerdos consigo mismo, un listado de compromisos donde uno de los puntos más importantes es ir a terapia de manera individual (reconocer tus heridas, las afecciones, y trabajarlas desde el amor) o grupal. Lo que nos lleva al siguiente punto: buscar redes de apoyo; personas que inspiren con las cuales se intercambien ideas y vivencias. Realizar proyectos juntos, para tener un sentido de pertenencia.
Aprende la resolución de conflictos. Si te caes, te limpias y te levantas las veces que lo necesites, pero con más impulso y resiliencia hasta llegar a la cima. Tener autoestima es decir “primero yo, luego yo y por ultimo yo”; sin caer en el egocentrismo, sino más bien en saber que tener autoestima te convierte en el amor de tu propia vida y protegerte para que nada ni nadie te destruya.
Ana Cristina Jannuzzi Díaz es coautora del libro Ni especiales, Ni angelitos, disponible en Amazon.