Ha llegado el 15 de Mayo de 2023, poco a poco, en el espíritu magisterial se apaga la llama de la esperanza por anuncios de gran importancia en esta fecha que, en otros tiempos, se esperaban con ansia y con la certeza de que, llegado el día, se harían importantes declaraciones que impactarían, primordialmente, tanto en el ámbito pedagógico como en lo salarial.
Lejos han quedado los tiempos en que se establecía como norma en la negociación que el incremento salarial, para que tuviese impacto verdadero en las percepciones del maestro, tendría que ser arriba de la inflación anual, hoy vemos con tristeza como los últimos anuncios han sido muy por debajo de ello y el ingreso cada vez está más devaluado, viendo a la actividad del profesor como una más del montón, sin darle la importancia que sí tiene en otros países como Japón o Finlandia, por mencionar solo algunos cuya situación pedagógica está muy por encima de la nuestra, incluyendo las percepciones, al considerar que el aspecto educativo es la piedra angular para el crecimiento en todos los aspectos.
Tristemente, hemos de reconocer que no contamos con un proyecto educativo propio, sino con modas sexenales. Ello lo arrastramos desde mediados de los años setenta y cada vez se prolonga mucho más, a esto le sumamos la falta de cumplimiento por falta de recursos para ejecutar a cabalidad acuerdos, normas o leyes ya establecidas por decreto desde hace años, como por ejemplo, otorgar atención a niños y niñas de preescolar durante tres años, situación que está muy lejana, a pesar de que dicha disposición se dio hace casi 20 años y no ha sido posible; aunando que Inglés se debe dar obligatoriamente desde tercer año de preescolar, para continuarlo de manera permanente, y no se ha cumplido desde hace ya más de 12 años.
La educación inicial que tanta falta hace en nuestro país ha sido declarada obligatoria en la última reforma del actual gobierno, pero tampoco es posible ante la falta de recursos y con ello estamos impidiendo —o truncando— el adecuado desarrollo del futuro ciudadano, cuyos 5 años primarios de vida son vitales para su formación, y todo lo anterior solo por mencionar parte de los abismos y lagunas que existen, lo cual poco a poco ha ido minando al trabajador de la educación en su estado anímico que, se quiera o no, impactará cada vez más en su rendimiento.
Hoy no hay nada que festejar cuando el docente se encuentra cada vez más solo y aislado en las cuatro paredes de su salón de clase y arrinconado, incluso hasta por los mismos padres de familia, cuyo apoyo para la mejora de sus propios hijos es ausencia total.
Se puede mejorar, estoy plenamente convencido de ello, pero se requiere el concurso serio de todos, sin dobleces y sin hipocresías. El maestro tiene mucho que aportar en la construcción del proyecto educativo que se requiere, solo falta que los tomadores de decisiones tomen el papel que les corresponde con la seriedad que el caso amerita lo más pronto posible.
Aun contra todo, vivan las maestras y maestros de México cuyo esfuerzo por el bien de la educación nadie lo puede poner en duda.
Alejandro Castillo Aguilar es docente, director de una Telesecundaria en Quintana Roo.