Declarada por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2008, el Día de Muertos es una festividad mexicana con orígenes prehispánicos y que fue modificada con las celebraciones católicas, como consecuencia del proceso de aculturación.

El origen prehispánico

Rendir culto a la muerte era parte de los elementos básicos de la cultura de las etnias mesoamericanas. En la mexica, el culto se rendía a Mictecacíhuatl y Mictlantecuhtli, señores del Mictlán o «lugar de los muertos». Debido a que para poder llegar aquí las ánimas debían sortear varios obstáculos, se solía realizar una fiesta con el fin de guiarlas en su recorrido.

El ritual de acompañamiento iniciaba con el deceso, ya que las mujeres ancianas se encargaban de anunciar el fallecimiento con gritos y llantos. Posteriormente, el difunto era amortajado con sus objetos personales y alimentando simbólicamente con la comida que le agradaba en vida, pues se creía que en el trayecto el alma podría sentir hambre.

Cuatro después de esto, el cuerpo era incinerado o enterrado. A partir de entonces, durante cuatro años, de forma anual, se llevaban a cabo ceremonias en el lugar de descanso de las cenizas o el cuerpo.

La finalidad de este ritual no solo era ayudar al difunto en su descanso eterno, sino facilitar el duelo de quienes lo sobrevivían.

En esta visión, el Día de Muertos significa el retorno temporal de los difuntos al mundo de los vivos para convivir con sus familiares y nutrirse de la esencia del alimento colocado en su altar.

La fusión con la tradición católica

En el proceso de evangelización, la fiesta a los dioses del Mictlánse unió con la celebración católica de los difuntos. Por ello, los pueblos originarios terminan trasladando la veneración de sus muertos al calendario cristiano, logrando con esto una fusión.

Es de esta forma que se mantienen las ofrendas, aunque con ligeras variaciones. En sus inicios, estas eran dedicadas a diferentes deidades y fechas; sin embargo, puesto que la celebración a Mictlantecuhtli se realizaba en noviembre, fue aprovechada la coincidencia para dirigirla hacia la creencia cristiana. Por lo que ahora, estas ofrendas son dedicas a nuestros difuntos.

Entre los elementos que no pueden faltar, se encuentran:

• Fotografía. Suele colocarse el retrato de las personas a quienes la ofrenda va dedicada.
• Incienso o copal. Además de purificar las energías del lugar, el humo que desprenden conforma una guía olfativa para nuestros muertos.
• Veladoras. Representan el fuego y la luz, también fungen como guía de las almas.
• Agua y bebidas favoritas de los difuntos. Para saciar la sed que genera el trayecto y se fortalezcan para su regreso.
• Flor de cempasúchil. Para decorar y marcar el camino que guía a los espíritus.
• Calaveritas. Representan al difunto. Antiguamente, se empleaban cráneos de verdad y actualmente son sustituidas por calaveras de azúcar, chocolate o amaranto.
• Pan de muerto. El pan tradicional de la temporada representa el esqueleto de los difuntos y es ofrecido como alimento de las almas que transitan por ahí.
• Comida preferida por el difunto. Para deleitar el alma de quien nos visita.
• Cruz. Elemento incluido por la tradición católica. Esta puede ser de sal, ceniza o flores y sirve para que el alma, al llegar al altar, pueda expiar sus culpas pendientes.
• Sal. Purificación. Evita que el alma se corrompa en el trayecto de ida y vuelta para el siguiente año.
• Papel picado. Elemento decorativo que denota alegría por la reunión.

Honremos a nuestros muertos

El Día de Muertos se realiza los días 1 y 2 de noviembre; siendo el día 1 a Todos los Santos, es decir, a los infantes; y el día 2 a los Fieles Difuntos, los adultos.

Sin duda, se trata de una celebración característica del país y una tradición muy hermosa; puesto que no hay mejor forma de recordar a nuestros muertos que rindiéndoles homenaje al menos una vez al año.

Se trata de darnos tranquilidad al saber que, al menos por un día, estamos reunidos de nuevo de forma simbólica y grabarnos que mientras los sigamos recordando, jamás morirán.