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Pinta tu corazón de azul. Por Georgina Vega

Hace muchos, muchos años, siglos tal vez, cuando estaba en educación preescolar, tuve un compañerito autista. Recuerdo con mucha claridad su sonrisa, aunque no tengo memoria de gran cosa, sí me queda la sensación del cariño que le tenía. Era mi mejor amigo y, espero, yo era la suya. No voy a mentir diciendo que hacíamos todo juntos, porque no es cierto; aunque lo recuerdo casi siempre alegre, era más bien un niño solitario, pero por alguna razón, yo era su medio de comunicación con el mundo (al menos el mundo que en ese entonces representaba para nosotros el CENDI), nadie más le entendía, yo traducía sus deseos y necesidades a las profesoras, pues, de otra forma, se desesperaba y se tornaba violento, al grado de que muchos le temían. Yo no, yo sabía que no lastimaba a las personas, solo golpeaba cosas, y que su frustración venía de sentirse incomprendido. Poco tiempo después, y con gran dolor en el corazón, tuve que abandonarlos, a él y a las profesoras: fui cambiada de escuela.

Años más tarde, durante la pubertad, me topé nuevamente con un compañero catalogado «dentro del espectro», Eduardo. Era callado, aplicado y serio. No recuerdo su sonrisa. Lo que sí recuerdo es que no entendía el cotorreo del resto del grupo, no participaba de nuestras travesuras, pero tampoco nos delataba, siempre hacía su parte, correcta y eficientemente, en los trabajos y actividades, y respondía de una manera cortés, aunque breve, a cualquier pregunta que yo le hacía cuando intentaba algún acercamiento.

Estamos hablando de la era anterior al internet, es decir, paleolítico temprano o algo parecido, todavía vivíamos en cuevas y nos comíamos los bichitos que espulgábamos de nuestras cabezas… lo que trato de decir es que el acceso a la información no era como ahora ni estaba al alcance de un clic. Mi mamá, sabia como todas las madres, me había comprado la Enciclopedia Hispánica y si lo investigué (es probable, pero no me acuerdo), entendí que el autismo era una especie de retraso mental, hey, no juzguen, eran los 90 (¡del siglo pasado!) y, tristemente, todavía no llegaban a nuestras vidas estas ondas de la corrección política, la inclusión y la visibilidad.

El mundo funcionaba de manera diferente. Por fortuna, las cosas cambian, nos damos cuenta de lo que está mal en nuestra sociedad, lo señalamos y hacemos algo por cambiarlo. Con los avances científicos (y empáticos, diría yo), hemos dejado atrás la idea de «curar» y de llamar «enfermedad» a las neurodivergencias como el autismo. El autismo es solo una forma distinta de ser, percibir y existir en el mundo.

Se trata de una condición neurobiológica permanente que afecta la configuración del sistema nervioso y el funcionamiento cerebral; se caracteriza por peculiaridades en la interacción social del individuo, dificultades comunicativas, modos de aprendizaje atípicos, especial interés en temas específicos, predisposición a las rutinas y particularidades en cómo procesan la información sensorial, por lo que son personas susceptibles de ser señaladas, estigmatizadas y discriminadas.

Con esto en consideración, en 2008 entró en vigor la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y se estableció el 2 de abril como día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo, con la firme intención de reafirmar el principio fundamental de los derechos humanos universales, es decir, para todos. El objetivo de esta Convención es promover y fomentar una sociedad más inclusiva que cuide a todos sus miembros y garantice que todas las personas autistas puedan desarrollarse en el pleno ejercicio de sus derechos y libertades.

Con motivo de esta celebración, se llevan a cabo eventos, pláticas y programas con el fin de concientizar y sensibilizar a las personas sobre esta condición. Se identifica al autismo con el color azul, pues representa la tranquilidad que requieren tanto las personas dentro del espectro autista como sus familias. Así, surge la campaña Light It Up Blue #IluminadeAzul, mediante la cual, edificios y monumentos alrededor de todo el mundo se iluminan de este color.

También se identifica el autismo con una pieza de rompecabezas, como analogía al aislamiento de las personas autistas, que se da no de manera voluntaria, sino porque necesitan de nuestro apoyo para encontrar los enlaces y los espacios mediante los cuales puedan conectar con nuestra sociedad.

Así, el paleolítico temprano y la época de las cavernas han quedado atrás. Celebremos, pues, la era de la tecnología e información, en que denunciamos la discriminación y abogamos por una sociedad más incluyente, donde ser autista ya no es considerado una discapacidad, sino una capacidad diferente, y abramos las oportunidades y nuestros corazones a estas personas que, en su diferencia, tienen tanta valía  como tú y como yo.

Autistas famosos: Albert Einstein, Isaac Newton, Wolfgang Amadeus Mozart, Bill Gates, Charles Darwin, Ludwig van Beethoven, Greta Thunberg, Anthony Hopkins, Tim Burton, Andy Warhol, Steven Spielberg, Elon Musk, Susan Boyle, entre muchos otros que no se tiene confirmación de diagnóstico (sí, es más común en varones).

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