El concepto mismo de la vida radica en la capacidad de autosustentar el movimiento que garantiza el equilibrio interno del organismo, el cual llamamos: “homeostasis”. Este movimiento se garantiza mediante la circulación sanguínea, y es por ello por lo que la salud cardiovascular, integrada por el adecuado estado del corazón, funciona como bomba, y la salud vascular, lugar en donde discurre el vital líquido: “la sangre”.
Existen alrededor de 520 millones de personas, a lo largo del mundo, que viven con una enfermedad cardiovascular (ECV), pero hoy día toma otro matiz, derivado de la pandemia del COVID-19, que repercutió directamente en el número de miocarditis.
En México, 220 mil personas murieron en el año 2021, dentro de los cuales 177 mil fueron por infarto agudo del miocardio. El 31 % de las causas de muerte en el mundo son de origen de la ECV, que actúa en un rango de edad entre los 30 y 69 años, donde el 70.3 % de esta población adulta vive al menos con un factor de riesgo cardiovascular.
La conmemoración del Día del Corazón en el mes de septiembre, propuesta por la Organización Mundial del Corazón a partir del 2000, concientiza a la población en gran parte del mundo, y su temporalidad está dedicada a resaltar la importancia del sistema cardiovascular y la repercusión directa e indirecta, que impactan en la salud cardiometabólica y renal, ocasionando daño a todos los órganos blancos, pero que tiene un especial efecto sobre el cerebro, riñón y corazón, y cuyo pronóstico y calidad de vida de está marcado por el grado de lesión en estos órganos.
La magnitud de dicho problema puede contenerse modificando los factores de riesgo (hipertensión, obesidad, tabaquismo, diabetes mellitus y dislipidemia), que va en razón directa con los programas educativos dirigidos a toda la población, que hoy no solo es la población económica activa, sino también se extiende a la población infantil, consolidando las acciones apoyadas por la Secretaría de Salud y sustentado por el Foro Legislativo sobre enfermedades cardiovasculares, mediante una Comisión de Salud de la Cámara de Diputados.
Independientemente del abordaje clínico, enfocado al tratamiento y prevención de las enfermedades cardiovasculares, el avance en las terapéuticas de cirugía cardiaca y cardiología intervencionista modifican de manera sustancial la expectativa de vida de los pacientes, haciéndose necesario, hoy día, elementos adicionales que caen en el terreno de una nueva subespecialidad denominada: cardiogeriatría, que identifica a los pacientes en la sexta década de la vida, que tienen síndrome de fragilidad, el cual tiene como criterio toral la sarcopenia, que corresponde tanto a la pérdida de músculo esquelético como a la reducción de la masa muscular cardiaca, ambos funcionando tanto como opuestos como complementarios de la actividad física.
Este abordaje integral de la salud cardiovascular se basa en empatar la edad cronológica con la edad vascular, fomentando las buenas prácticas higiénico-dietéticas, y la rutina de actividad física, invirtiendo la tendencia actual del sedentarismo, que se convierte en el criterio y/o factor de riesgo más nocivo, entorno a la salud cardiovascular actual.
La presente editorial busca estimular al público en general para que acuda a una consulta cardiovascular que le permita identificar y modificar los factores de riesgo de forma oportuna y, en particular, fomentar la calidad de vida de todos los individuos, en todas edades.