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Cáncer: Una prueba de fe. Por Ignacio Villalobos

Era un joven exitoso, buen trabajador, felizmente casado y con la noticia de que su hermosa esposa contaba con dos meses de embarazo. Este hecho le produjo una gran emoción haciéndole sentir que lo poseía todo. Pero la diosa fortuna es veleidosa y le gusta juguetear entre los terrenos de la prosperidad y el abandono.

El escenario le empezó a cambiar frente al espejo cuando distinguió en su cuello una protuberancia, un ganglio sumamente inflamado que le hizo dirigirse de inmediato al hospital para realizarse una biopsia. El resultado fue avasallador: “Sarcoma maligno mortal”, con una probabilidad de 1 % de vida. Su mundo se fragmentó en miles de dudas y miedos. Había escuchado de quimioterapia y radiaciones, pero no sabía qué pasaría con su esposa y su bebé.

Entre las extenuantes quimioterapias que lo dejaban agotado, suplicaba a Dios que le brindara fortaleza para continuar con su matrimonio de apenas un año y tres meses, así como para alcanzar a ver nacer a su bebé. Las malas noticias siguieron. El tumor mutó y uno de los médicos que lo atendía le comentó que su muerte sería inevitable, clasificándolo como “desahuciado”. Los efectos del tratamiento hacían estragos: pérdida de cabello, de peso, tez más morena por los rayos de calor, inclusive ya no quería asistir a sus terapias por parecerle infrahumano.

Empezó a perder la fe, sus extenuantes sesiones lo tenían todo el tiempo adormecido, sin saber si era de día o de noche. No quería saber de nadie. Se recluyó en su casa sin querer estar al tanto de nadie. Creyó que Dios lo había abandonado, olvidado y que finalmente moriría como tantos otros que han padecido esta enfermedad.

En esos momentos de angustia, Dios le hizo notar toda su belleza en un versículo que había leído tantas ocasiones y que conocía de memoria y que de pronto recordó: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”. ISAIAS 41:10

Ignacio Villalobos recobró la fe, decidió vivir plenamente lo que le quedara de vida porque creyó que Dios poseía un plan especial para él.

Ignacio Villalobos en agosto de 2008, cuando salió limpio de cáncer.

Visitó a personas que les aquejaba su mismo mal para decirles que conocía lo que sufrían y que, pese a todo dictamen médico, ubicaran siempre a Dios, en primer lugar, porque es el médico de médicos. Con esta nueva fuerza se sucedieron los meses y su hija nació un 3 de septiembre de 2016, donde no solo tuvo la oportunidad de conocerla sino de entrar a la sala de parto, cargarla y agradecer a Dios por ese hermoso suceso y decirle que ya estaba en paz para aceptar la muerte.

Comenzó a tener mejores amaneceres, tanto que aceptó correr una carrera contra el cáncer de mama, ya que le gustaba el ejercicio, así que decidió correrla hasta concluirla sin tanto contratiempo, algo que le significó para animarse a viajar a la Ciudad de México para un nuevo estudio, cuando se enfrentó a la doctora que grotescamente le había anunciado su inminente muerte y que sorprendida le dijo que el que tumor estaba desapareciendo, acompañado de un lacónico: “al parecer tu Dios te está curando”.

“Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios”, repite Ignacio rememorando 7 años en que luchó y salió avante contra la enfermedad, tiempo en que le permitió sentir el amor incondicional de sus familiares. La compañía de sus amigos, que en todo instante oraron por su salud, creando un grupo de WhatsApp llamado: “Orando de rodillas por Nacho”. Sin embargo, algo que Ignacio agradece a Dios más que a su propia existencia es ver crecer a su hija Ara Giselle. Hoy se encuentra totalmente rehabilitado, disfrutando de su trabajo, familia y recientemente habiendo terminado sus estudios de doctorado.

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