Una de las características que se presentan en los adolescentes es la variabilidad de emociones que pueden experimentar. Podemos observarlos irritables, tristes, enojados, cambiantes, etcétera. En gran parte esto se debe al incremento de la actividad hormonal propia de la edad, a los procesos de cambios físicos, psicológicos y sociales que experimentan, ya que su cuerpo está cambiando y necesitan reconocerlo e irlo aceptando poco a poco, con la dificultad que esto tiene a estar expuestos a estándares de belleza y cuerpos perfectos en los diversos medios de comunicación.

Aunado a esto, podemos encontrar los cambios psicológicos que viven los jóvenes en esta etapa en el que el reto principal es la búsqueda de identidad y de un nuevo lugar en sus entornos familiares y sociales. También influyen los ambientes y las relaciones en los que se desenvuelven, tanto familiares como escolares y sociales. 

Es así como los jóvenes adolescentes pueden vivir de manera simultánea temores, dudas, conflictos internos que la mayoría de las veces también se vuelven externos y que al generarse tantas emociones a la vez, se les dificulta tener un manejo adecuado de las mismas.  Por lo que se vuelve necesario e importante, lograr una comunicación con ellos y escucharlos de una manera activa que les ayude a contenerse, a comprender sus propias emociones y a manejarlas de una manera más asertiva.

Sin embargo, esto no siempre es fácil para los padres. Ya que ellos solo ven que su hija o hijo se está comportando de manera diferente y que ya no es su niño o niña que era antes.

Existen varios errores que como padres podemos cometer al hablar con nuestros hijos adolescentes y que limitan mantener conversaciones sostenidas con ellos, así como la oportunidad de que ellos puedan expresar sus emociones en un ambiente seguro. En esta ocasión, mencionaré tres:

Invalidar. Muchas veces, al entablar una comunicación con nuestros hijos no comprendemos lo que están viviendo, pensando o sintiendo y le restamos valor a lo que nos comparten con frases como “no deberías sentirte así”, “no sé por qué te sientes así”… Con esto solo provocamos que no se sientan comprendidos y duden de si sus emociones realmente son válidas, y les conflictúa pensar o sentir que lo que sienten no está bien. 

Comparar. En otras ocasiones, podemos comparar lo que los jóvenes nos están diciendo con nuestras propias experiencias vividas a su edad o compararlos con hermanos, amigos u otros familiares.  Esto le transmite al joven la sensación de incapacidad, de que entonces ellos no son suficientes o de nuevo pueden cuestionar si lo que sienten es correcto o no.  Poniéndolos irritables, confundidos y vulnerables. 

Evitar. Hay padres que al no saber cómo manejar las situaciones con los hijos o no comprender lo que piensan o sienten, prefieren evitar hablar de temas importantes, sobre todo los relacionados con las emociones. En estos casos, ni siquiera se abren espacios para un diálogo profundo e íntimo; al contrario, pueden usar frases como “no quiero escuchar que digas…”, “a mí no me digas…”, etc.

Lo mejor que podemos hacer es escucharlos de manera activa, poniendo toda nuestra atención, siendo empáticos con ellos, recordar que hay muchos cambios, pensamientos y sentimientos que los embargan en esa etapa y que lo que podamos decirles pueden vulnerarlos aún más. 

Entonces, ¿qué hacer?

Valida sus emociones. Escucha con atención y trata de preguntar para comprender mejor  lo que te dice. Reconoce sus emociones, aun cuando tú no las comprendas no significa que no sean válidas.

Céntrate en tu hija e hijo y lo que le pasa, piensa y siente él o ella. Evitar hablar de ti o contarle historias acerca de cómo tú sí pudiste enfrentar o resolver algo. No es que esto esté mal, pero no es el momento indicado. Cuando se acercan a ti es porque quieren ser escuchados y comprendidos, no comparados. 

Recuerda que también en esta etapa necesitan de ti, de tu acompañamiento y guía, sobre todo en aspectos emocionales, psicológicos y en la búsqueda de la identidad. 

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