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Transitando «La edad de la punzada» con Xavier Velasco. Por Issa Alvarado

Desde hace varias épocas es muy común referirse a la adolescencia o pubertad como la edad de la punzada, aquella etapa en la que se deja atrás la niñez para empezar a familiarizarnos con la adultez; aquella etapa en la que no queremos que se nos trate como niños, pero no somos lo suficientemente maduros para ser considerados en el círculo de adultos; aquella etapa en la que todo lo que vivimos lo vemos con mayor magnitud que la real, en la que todo se siente con mayor intensidad y a flor de piel, en la que cualquier error significa el fin de nuestro mundo, en la que queremos salirnos con la nuestra, cueste lo que cueste, y en la que queremos comernos al mundo mientras la desesperación por crecer, formar parte de algo y definir nuestra propia identidad nos consume.

Y claro, mientras todo esto sucede, seguimos estudiando la secundaria y la preparatoria, y quizás uno de nuestros mayores temores es reprobar alguna materia (o varias).

Con esto en mente, quisiera introducirte en una historia que explora lo recientemente explicado, se trata de La edad de la punzada, una novela escrita por el autor mexicano Xavier Velasco y publicada por Editorial Alfaguara en 2012, misma que constituye un relato autobiográfico de la adolescencia del escritor.

La edad de la punzada inicia el 31 de octubre, cuando el protagonista —del que no conocemos su nombre, sino hacia la mitad de la trama— está a siete días de cumplir 14 años y de ver hecho realidad su deseo de tener una moto, sin embargo, la inminente boleta de calificaciones se interpone en su camino. Y es que el director del instituto —instiputo, como él lo llama— para varones al que asiste, los ha reunido a todos en el Salón de Actos para hacer entrega del boletín, nombrando a los estudiantes del peor al mejor, siendo el narrador el primer convocado… Sí, para sorpresa de todos, incluso para sí mismo, nuestro protagonista y narrador ha reprobado TODAS las materias. De esta manera, peligra no solo la paz en su casa, sino toda la vida nueva que se ha planteado a partir de sus 14 años, que incluye, por supuesto, la moto roja y la novia que esta le pueda conseguir.

Según calculo, éste es el resultado de una caída tan larga que empezó cuando entré a primero de secundaria, hace catorce meses, y no se ha detenido, ni se va a detener si no ocurre un milagro de aquí a mi cumpleaños. Ahora mismo no temo reprobar seis o siete materias, sino que esa desgracia tenga que suceder a sólo siete días de que el milagro cruce las puertas de mi casa. Un milagro rodante con las llantas de taco, salpicaderas altas y motor Honda a cuatro tiempos de noventa gloriosos centímetros cúbicos.

Xavier Velasco, La edad de la punzada

Es así como, a partir de un miedo común adolescente convertido en una pesadilla real, Xavier Velasco nos introduce en la vorágine que significa la edad de la punzada para todos. Y sí, cada uno de nosotros vivimos nuestra adolescencia de forma distinta, sin embargo, a través de un humor muy peculiar, Velasco logra hacer que identifiquemos parte de nuestra propia pubertad en la suya, pues, a final de cuentas, esta etapa tiene ciertas características definidas.

Motivado por llevarle la contraria al cuadro de la sala de su casa —que además ilustra la portada— que lo retrata como un niño bobo y «mamón» que jamás ha sido, nuestro protagonista se introduce en la aventura de la búsqueda y definición de su identidad, del enamoramiento y su despertar sexual, a la vez que debe intentar salvar sus materias escolares. Además, nos ofrece un vistazo a la relación de sus padres y a la que él sostiene con ellos, la complicidad con su abuela, la forma en que se comporta con sus conocidos de la escuela y cómo se desenvuelve con su gang del lugar donde vive.

Velasco nos lleva de nuevo a esa etapa de la vida donde solemos magnificar nuestros problemas y centrar nuestra atención en la parte emocional. Somos testigos y cómplices de sus «travesuras» en el instiputo, así como de la triple vida que lleva: es uno frente a sus compañeros de escuela, otro frente a sus amigos de la cuadra y otro más frente a sus padres y su familia; en cualquier caso, nos podemos identificar con esta diferenciación de personalidades, pues, dentro de esta definición de identidad, todas y ninguna son él a la vez, y claro, también somos partícipes de la importancia que tiene que ninguno de los tres círculos sociales se junten, ya que todas las caras peligrarían…

Adicional a esto, están los deseos secretos que nuestro protagonista no comparte con ninguno de los tres grupos enlistados, excepto con nosotros, sus lectores; secretos tales como, principalmente, sus fantasías amorosas (que todos tuvimos al menos una vez durante la pubertad); el inevitable enamoramiento y amor no correspondido, la forma en que explora su sexualidad (cabe aclarar que, quizás, aunque son planteados con socarronería, los pasajes que abordan este aspecto llegan a rayar en lo vulgar, resultando poco agradable para algunos lectores), su parte sensible que no se atreve a mostrar a nadie, sus frustraciones, incluso el llanto que no derrama en lágrimas, sino en letras. A lo que se suma su casi nulo esfuerzo por aprobar sus materias (que se hace evidente cuando se acuerda de ello de vez en cuando durante la trama) y la rebeldía intermitente con sus padres, muy común en la pubertad, aunque al final termina saliéndose con la suya… casi siempre.

Esto se mantiene constante desde sus casi 14 años hasta avanzados los 16, sin embargo, cuando se va acercando a los 17 años, su sucesión de problemas sufre un repentino vuelco cuando se ve obligado a vivir algo que creía imposible y todo su mundo, tal como lo conocía, se desmorona, poco a poco, pieza a pieza. De esta forma, a pesar de que sigue con un comportamiento que podríamos calificar de errático, nuestro narrador se ve orillado a madurar para soportar todo aquello que le viene encima.

¿Por qué jodidos le ha de pasar todo eso a uno solo, y ese uno he de ser yo, con un carajo? Si las historias fueran espíritus, diría que me buscan y me alcanzan y me suceden porque creen que no voy a dejarlas morir.

Xavier Velasco, La edad de la punzada

Y es que la convivencia con sus amigos pareciera transcurrir de forma normal, no obstante, comienza a preferir salir solo con algunos de ellos y, en ocasiones, se decanta por acompañar su soledad con sus perros; además, la mente del narrador está nublada por los insólitos sucesos que le están atormentando a él y su familia y que no puede —ni quiere— compartir con nadie. Por otra parte, vuelve a tener un enamoramiento adolescente y aunque esto le sigue proveyendo fantasías, también le brinda cierta motivación y sensatez para afrontar toda su existencia en ese momento tan caótico, es decir, nuestro protagonista se siente un poco más centrado… Aunque, como todo joven en plena edad de la punzada, se deje llevar por sus impulsos de vez en cuando, cometiendo grandes equivocaciones.

Entrando en aspectos generales de la novela, la narración, hablando en términos de escritura correcta, presenta algunos (varios) defectos, no obstante, estos pasan a segundo plano, pues se entiende que está escrito de esta forma para simular una plática entre el narrador y el lector, es decir, pretende imitar a la expresión verbal del protagonista, no a la rigidez de escritura que dicta la RAE, lo que hace que la historia sea fluida.

El conflicto que une cada uno de los escenarios relatados en la novela es la misma adolescencia. Inicia con la problemática que le significa tener una boleta con todas las materias reprobadas a días de su cumpleaños, pero a ella se van sumando otras tantas —como en la vida misma—, por lo que a veces acaba de resolver una cuando ya salta a la siguiente y en otras ocasiones se le juntan más de dos, lo que logra mantener al lector en vilo durante toda la trama. Al final, nuestro narrador no puede darle solución a todo, pues difícilmente lo hacemos en la edad de la punzada, y la verdad es que no importa mucho, pues nuestro protagonista tiene una esperanza de que todo saldrá bien, eventualmente, y por ahora, eso es más que suficiente. La conclusión de la novela se puede resumir en una frase repetida hasta el cansancio: «la vida sigue», porque así es y no podemos cambiarlo.

Cuando todo va mal y nada sale bien lo que yo hago es pensar que está granizando. Parece que se cae el mundo a pedazos, o que el cielo se va a venir encima, y a lo mejor hay árboles tirados y ríos desbordados y casas inundadas, pero el granizo tiene que parar. (…) Mañana va a haber uno, y pasado mañana otro [amanecer], estemos o no ahí. No sé qué tanto bueno pueda suceder cuando acabe de caer este granizo, necesito aguantar para enterarme. Y yo siempre he aguantado, ¿no es verdad?

Xavier Velasco, La edad de la punzada

Por otra parte, cabe mencionar que a pesar del humor y el ingenio que permea la mayor parte de las páginas —y que obtiene del lector varias carcajadas oportunas—, Xavier Velasco logra transmitirnos también la desesperanza, la vergüenza, el idilio, el furor y, sobre todo, el dolor. Porque sí, la adolescencia no es sencilla, no por nada la llaman la edad de la punzada, y a pesar de que nuestros amigos estén transitando por lo mismo, nos sentimos inmensamente solos.

En conclusión, La edad de la punzada de Xavier Velasco es una lectura que conectará con el adulto que podrá revivir su adolescencia con humor; pero también, estrecha vínculos con los jóvenes que están transitando por esta etapa, haciéndolos sentir acompañados, entendidos y, sobre todo, les hará ver que a veces los problemas que nos parecen enormes son nada comparados con los relatados por el autor, y que, si el protagonista pudo salir adelante, nosotros también.