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Sin estrellas (Parte 1). Por: Sofía Castro

Compartirá Sofía Castro experiencias juveniles

Desde el barandal en el que estoy sentada se puede ver toda la ciudad, y aunque es una vista espectacular a esta hora del día, mi mirada está fija en la caída de nueve pisos de altura, y no puedo evitar pensar en la muerte. No en la mía, me gusta demasiado la vida como para suicidarme, pero al parecer mi hermana no opinó lo mismo. Acabo de llegar a mi casa tras el velorio, fue muy lindo, creo que le habría gustado, lo hicimos bastante simple y rápido, ya que a Miriam no le gustaban las celebraciones grandes y glamurosas.

Mi madre quería enterrarla, pero yo sabía que a ella le habría dado claustrofobia estar en una caja a varios metros bajo tierra, por lo que al final decidimos cremarla y tirar sus cenizas en el mar, su lugar favorito; fue un proceso muy duro, pues nunca nos imaginamos que mi hermana haría algo así, sobre todo porque nunca la vimos deprimida, siempre era ella la que nos hacía reír, la que calmaba las cosas en un ambiente de tensión o la que nos daba consejos y apoyaba cuando nosotros nos sentíamos mal; Dios, la voy a extrañar muchísimo.

Pasé tanto tiempo en la azotea pensando, que no me di cuenta de que ya anocheció, volteo hacia el cielo esperando ver las estrellas, esperando verla a ella; ni ella ni yo éramos creyentes de un Dios o un ser superior, y al mirar hacia arriba no espero que se aparezca, pero me acuerdo de la película del Rey León y de cómo Mufasa le dice a Simba que cuando él muera, que mire las estrellas, y que cuando se sienta solo, recuerde que su familia estará ahí para acompañarlo. Lamentablemente no se ven las estrellas y no siento a mi hermana acompañándome en estos momentos, por lo que me bajo del barandal y me voy hacia mi departamento a intentar pensar en otra cosa, aunque en estos momentos no creo que lo logre.

Al abrir la puerta de mi departamento me doy cuenta de que ha sido un error venir aquí, pues hay muchas cosas de Miriam que me había regalado o que me había robado de su casa, no podía mirar ningún lugar de la casa sin que me la recordara de alguna manera, ni siquiera podía ver el horno de microondas, ya que me recordaba cuando de pequeñas intentamos hacer palomitas y casi se nos incendia la cocina por poner el temporizador en 5 minutos.

Como me siento abrumada por los recuerdos, decido salir del edificio y dar una caminata nocturna, mientras lo hago decido ver mi teléfono para desconcentrarme, pero al quitar el modo avión me empiezan a llegar cientos de notificaciones de personas dándome su apoyo o diciendo que lo lamentaban, yo los ignoré magníficamente, ya que no tengo ganas de sus palabras monótonas, solo hay un mensaje que sí me interesa leer, por lo que lo abro.

Jean: Estoy con tus padres en su casa, quieren que vengas, pero entienden si necesitas tu propio espacio. ¿Cómo te sientes?

Yo: En unas horas los acompaño. Bien, creo, ¿y tú?

Antes de que conteste vuelvo a apagar mi teléfono, no estoy lista para hablar en estos momentos, sé que ella también ha de estar sufriendo mucho, al fin y al cabo, fue pareja de Miriam por un par de años, pero en estos momentos yo necesito lidiar conmigo misma y la idea de que mi hermanita menor ya no está aquí. Sigo caminando hasta llegar al edificio de Miriam, solo vivíamos a unas manzanas de distancia, aun así, no solíamos vernos muy seguido, algo que ahora lamento profundamente. Entro en el lobby, el policía me saluda y me dice que lo lamenta mucho, yo le doy las gracias y subo hasta el piso 7. Me tiemblan las manos al agarrar la llave debajo del tapete, no estoy lista para entrar, pero quiero sentir a mi hermana y no creo que en ningún otro lugar lo pueda hacer, por lo que me obligó a entrar.

Recorro el departamento, pero no hay nada nuevo, el lugar está exactamente igual que la última vez que lo vi, o sea, hace unas cinco semanas, al pensar en eso también me acuerdo de que esa fue la última vez que vi a Miriam. Empiezo a respirar con dificultad y a temblar, mi corazón late muy rápido, la idea de que mi hermana de 24 años se suicidó por fin me pega de golpe; me desplomo con lágrimas en los ojos y lloro todo lo que no había llorado desde que me enteré de que murió. Lloro por la impotencia que siento al saber que no la pude ayudar, lloro porque mi hermana estaba sufriendo en silencio, lloro porque Miriam me dejó sin siquiera decir adiós, lloro porque estoy enojada y frustrada con ella por no pelear más o por no pedir ayuda, pero sobre todo, lloro porque la extraño mucho y sé que no volverá. Continúo llorando varios minutos más, sola, hasta que por fin me siento desahogada y me relajo un poco, como no sé qué hacer y no me quiero quedar sentada en el piso, camino en círculos por su casa hasta que por fin decido entrar a su cuarto. Al abrir la puerta me doy cuenta de que, como el resto de la casa, está igual que siempre, solo que ahora se siente una atmósfera triste y sola, justo cuando me iba a salir del cuarto, noto que hay sobres en la repisa que está sobre su cama, de nuevo empiezo a temblar, pero esta vez me controlo, me acerco y agarro las cartas, hay cuatro, una para mamá, una para papá, una para Jean y otra para mí. No estoy segura de querer abrirla y por los siguientes 15 minutos me debato por leerla o no, hasta que tomo una decisión y abro mi celular.

Yo: ¿Sigues en casa de mis papás?

Jean: Sí, ¿por?

Yo: Espérenme ahí, les quiero mostrar algo.

Agarro los cuatro sobres y salgo corriendo del departamento de Miriam hasta la calle para pedir un taxi y dejar la casa de Miriam atrás.

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