El disfraz de adulto
ya no me sienta bien,
dejó de quedarme ese traje,
me rehúso a usarlo,
anhelo el de infante feliz,
el cual dejé de ceñir
por el hambre,
la necesidad,
el mundo…
Yo…
me obligo a madurar.
Nunca fue mi intención
siquiera nacer,
nadie me cuestionó
sobre ese asunto;
y, cual fruta,
debí madurar
para complacer
a quién recalca
que por ellos estoy viva y educada.
Los anteojos amargos de la «madurez»
no me dejan visualizar,
quiero usar las gafas de niño,
ellos aún se dejan seducir
por un impresionante cielo azul
o la noche estrellada,
admiran el mar,
se impresionan con su belleza.
En el atuendo adulto
nadie te cuida, todos traicionan;
el abrigo de niña
despierta la ternura del alma.
Con el sofisticado traje adulto
se cometen actos destructivos inhumanos,
con él se contamina,
se reza, se peca,
se politiza, se corrompe,
se compromete, se irresponsabiliza;
jamás cumple su palabra,
hasta es un asesino,
mata almas de hermanos soñadores,
asesino de otros infantes
de corazón limpio,
se pisa al otro
para lograr mezquinos placeres egoístas.
Ese disfraz de adulto
no está dispuesto
a la adquisición de cualquiera,
se debe ser delgado, vacío,
bello por fuera, hueco por dentro,
alimentado de bulimia y anorexia,
marketizado para complacer
a otros atuendos adultos,
ya casi podridos de tanta madurez,
iracundos, dementes,
histéricos,
acompañados en sociedad,
solitarios fuera de selfie.
Este traje elegante adulto
pesa, no me sienta,
viene acompañado de accesorios caros,
el costo es el alma y el corazón;
por bragas me viene la perversión,
el adulterio y la infidelidad;
de collar me viene el ego;
de bolso, la avaricia;
de corona,
el estrés crónico
de tanto pensar;
y por tacones,
la depresión,
que hunde en lágrimas,
y termina por hacer pequeño
al traje de infante,
terminan por hundir
esos tacones depresivos,
en el abismo de un suplicio
que parece no tener fin.
Yo no quería ese traje,
no quería crecer,
quería el vestido de niña,
mínimo el de adolescente;
el de adulto
me sumerge en la locura,
me ata.
Ojalá despertara
al lado de algún otro loco
que esté por allí
tan desesperado como yo,
tratando de mejorar el mundo,
de convencer a otros
a que rediseñen su traje de niño,
pa’ que vuelva a quedar;
¡luchando! contra el monstruo de la «adultez frívola»,
deseando, como yo,
no sentirse tan solo y abandonado,
pensando en que tal vez,
algún día, estaremos juntos y todo será mejor,
envueltos en nuestros trajes de niños.