Parece que es momento de erradicar de nuestra mente el viejo concepto de la palabra prueba. Su sola mención puede infundir miedo pues suena a examen, pero a mí se me antoja… y digo: “se me antoja”, con toda la consciencia de que soy capaz, pensar que quizá nos quedaría mejor el otro sentido de la palabra. El que se refiere a probar con el paladar, a degustar aquello que nos va a nutrir y que, hablando en un sentido amplio, va más allá de lo que comemos: se puede probar una experiencia, una emoción o la vida misma. A propósito, si estás leyendo este artículo, es porque existes y eso te da la opción de hacer una pausa, voluntaria, no presionada, sino reconciliatoria, para catar este año que nos ha probado con sus retos.
Voltea por un momento los papeles y tómale el gusto. Explóralo con tranquilidad y sabiduría; con la certeza de estar consumiendo los últimos bocados de un platillo quizá complejo; con ingredientes de todo tipo: dulces y agradables, pero también amargos, lleno de aprendizajes, descubrimientos y probablemente aún muchas experiencias que digerir. Es natural sentirnos aún sorprendidos por la forma en que este mundo se ha transformado. Estamos, aún, rediseñando la arquitectura de nuestro ser y para algunos esto representa gran esfuerzo, pues transitamos una época de cierre de ciclos y de inicios que apenas se distinguen en la penumbra. En este paisaje nuestra mente puede experimentar confusión o desvalimiento. Sin embargo, la verdad más profunda de nuestra vida puede estar tan lejos de las sombras como dispuestos estemos a abrazar con gratitud el regalo de la vida. El año por venir es como un bebé en gestación, una semilla en la oscuridad de la tierra; trae sus promesas y un montón de luces. Seguro, porque así es la vida. Recibámoslo con gratitud, mientras nos despedimos del 2020, como lo haríamos de un abuelo regañón que nos sacudió con un amor tan fuerte y contundente que fue capaz de echarnos un buen grito para despertar nuestra conciencia y nuestros ánimos de vivir. Así pues, vayamos más hondo y tratemos de descubrir todos los alimentos que nos trajo este año; entre ellos, los regalos de la fortaleza, la apertura y la paciencia. Olvidémonos de controlar, de forzar y de querer, como niños pequeños, que las cosas salgan, a nuestro corto entender; como creemos que deberían ser. El “deber ser” se acabó. Lo que nos queda es lo mejor. Nuestros valores. La honestidad, la sencillez, la fraternidad, el aprecio de nuestra existencia y la de quienes nos rodean, son suficientes para respirar, agradecer y prepararnos para renacer, con calma en el nuevo año. Este no puede hacerse sin nosotros. Si partimos del amor y renunciamos a las expectativas de cómo tendrían que ser las circunstancias o quienes nos rodean, seguramente el 2021 será el comienzo de una aventura épica. ¡Que así sea!
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Cultura de Cambio “Crece con valores y nuevos comportamientos”
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