La salud mental debe cuidarse desde la infancia, procurando mantener un óptimo estado de bienestar y funcionamiento psicológico en niños y adolescentes. Hay que recordar que es en esta etapa en donde se adquieren las bases de los aprendizajes y competencias para un óptimo desarrollo integral.
En la infancia, la salud mental incluye el sentido y desarrollo de la propia identidad, la autoestima, la calidad de las relaciones que existan en la familia del niño y con sus compañeros, su capacidad para aprender y cómo utilizar todos estos aprendizajes y los que le ofrece el ambiente para enfrentar los retos de la vida.
Existen algunos mitos respecto a la infancia que pueden influir en la atención que se le da a la salud mental en esta etapa, por ejemplo: los niños no tienen de qué preocuparse, ellos no se dan cuenta de los problemas familiares o de pareja, son exagerados; justificar las agresiones o conductas violentas como cosas de niños, pensar que ellos hacen cosas para llamar la atención, etcétera. Y son mitos, porque pueden darse por hecho, pero no son reales.
Los niños son sumamente perceptivos y pueden darse cuenta de lo que pasa a su alrededor, quizá no tienen la madurez para comprenderlo, pero sí para percibirlo y esto puede ir afectando su tranquilidad y seguridad.
Hay algunas señales de alerta que se deben tomar en cuenta, tanto en los niños, como en los jóvenes, que pueden ser indicadores que algo no está bien con su salud mental, tales como: irritabilidad la mayor parte del tiempo, preocupaciones constantes, dolores de cabeza o estómago sin causa aparente, pesadillas recurrentes, dificultad para expresar pensamientos y sentimientos, dificultad para relacionarse con lo demás, aislamiento, presentar pérdida de interés en las cosas que antes les gustaban, dormir mucho o presentar dificultades para dormir, preocupación excesiva por el peso y no querer comer, comenzar con autolesiones, presentar conductas arriesgadas con amigos, manifestación de ideas suicidas, entre otras.
Promover la salud mental en la infancia, permite que los niños y jóvenes amplíen su repertorio de pensamientos, enriquezcan sus funciones intelectuales y cognitivas, mejorando su desempeño integral en la escuela. Se fortalecen los sentimientos de optimismo y esperanza, incrementan su capacidad para disfrutar de las actividades que realizan, tienen mayor sentido de pertenencia a los grupos en los que forman parte, desarrollan estrategias efectivas para manejar la adversidad y el fracaso, entre otros.
Por lo que se hace necesario observar a nuestros niños y jóvenes para identificar cambios en su comportamiento, y preguntar a otros adultos que interactúan con el niño o adolescente acerca de sus conductas o cambios observados, como son los maestros o familiares cercanos. Gran parte de la responsabilidad del cuidado de la salud mental de niños y jóvenes, depende de los adultos que los rodean.
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