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¿Buenas o malas calificaciones?, la educación a la sombra de la pandemia. Por: Erick Anzueto Salazar

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Por: Erick Anzueto Salazar

Mientras observamos si el gran barco de la educación escolar sobrevive a la tormenta, vemos a los maestros como marineros singulares luchando por reinventarse, para mantener a flote la ya de por sí retadora empresa de formar a niños y adolescentes. Una pedagogía lanzada al seno de las casas de cada alumno, en la que la escuela y el salón de clases se convierten en virtualidades y ha transformado, queramos o no, a toda la sociedad, sin dejar incólumes los esfuerzos de alumnos y padres de familia.

Tomando en cuenta que la motivación esencial que debiera regir el empeño académico de todo estudiante es el desarrollo de sus habilidades personales, intelectuales y emocionales, así como la adquisición de una cultura que le impulse a ser la mejor versión de sí mismo, vale la pena cuestionarnos sobre la calidad de esta educación de emergencia y, aunque, la respuesta definitiva parezca aún lejana en el horizonte, esto no nos impide ser autocríticos con nuestra acciones diarias.

La pregunta viene a cuenta porque, en el nivel micro, ese que ocurre en el interior de cada familia, de pronto empiezan a reproducirse las sorpresas de padres que ven con seductora tranquilidad cómo los hijos, que antes presentaban problemas académicos, ahora obtienen inesperadas buenas calificaciones.

Por supuesto y, sin menoscabo de aquellos honrosos casos en que ciertos alumnos logran adaptarse mejor a la educación en línea que a la presencial, ha de incluirse, dentro de aquellos que despiertan sospechas, a todo ese bloque, cada vez más numeroso de chicos que, habiendo mostrado sistemáticos problemas de rendimiento escolar, “mágicamente” mejoran su desempeño frente a una educación remota que exige mayores habilidades de aprendizaje que las usuales.

Hagamos una hipótesis: ¿Será que estos muchachos están naturalmente mejor dotados para una educación digital, o tendremos que comenzar a aceptar una incómoda verdad naciente en el seno de un preocupante número de hogares? Al parecer, nos están ganando una jugada virtual. Mientras los profesores enfrentan la nada fácil tarea de diseñar y aplicar evaluaciones en línea que combinen las evidencias del verdadero avance de sus alumnos, con las garantías de que las calificaciones no son el resultado de copias a los compañeros más hábiles, un gigantesco ejército de mensajes con los resultados de cada pregunta hace su arremetida, en cada examen, por medio de las redes sociales que los muchachos manejan a discreción.

Se trata de una ecuación sencilla pero dramática, la educación escolar está creciendo lineal y esforzadamente, mientras las estrategias que los alumnos usan, no para aprender sino para obtener la mejor calificación posible, se multiplican de manera exponencial, ya sea copiando, “bajando” las tareas de internet o dividiéndose los esfuerzos para responder a las evaluaciones entre decenas o cientos de chicos.

Podría ser ésta la explicación más cercana al aumento de calificaciones de cierto número de chicos, aunque esto no garantice en nada qué tanto están aprendiendo. No sorprendería, entonces, que pronto conquistáramos el dudoso récord de las calificaciones más altas en la historia de nuestra población estudiantil.

A pesar de la gravedad de este problema, vale la pena considerar la posible existencia de uno mayor. Quizá, y sin darse cuenta del todo, algunas familias se están volviendo colaboradoras en el fenómeno de la manipulación que están haciendo los niños y jóvenes través de la actual educación cibernética, y bajo el auspicio de la seducción que produce el logro de mejores calificaciones, aunque se ignore de dónde vengan. Sería doloroso terminar aceptando que no quisimos ver un lamentable autoengaño.

Pareciera que, de nuevo, la virtualidad descarga con todo el poder su doble filo sobre la mente y las acciones de las generaciones más jóvenes.

Sirva esta reflexión como un llamado a los padres de familia para cerrar filas con las escuelas en favor de nuestros educandos, sumando creatividad y nuevos esquemas de acción frente al proceso de enseñanza-aprendizaje. ¿Por qué no considerar, por ejemplo, que los muchachos tengan como norma no utilizar el celular durante las horas de clase?

Recordemos dos verdades: primera, los maestros actuales no están interactuando con alumnos en un salón de clase, sino con contextos, en los que cada familia es un mundo; y segunda, cada acción que realicemos, por minúscula que sea, tendrá una gran trascendencia en la formación de los niños y jóvenes actuales. ¿Acaso queremos una generación en la que la trampa queda, si no legalizada, sí encubierta como una conducta virtualmente aceptada? El gran destino de la humanidad es nuestro, a pesar de que el resguardo en nuestras casas nos haga creer que la vida se reduce a las cuatro paredes del lugar en el que habitamos.

Contacto: www.centroquetzali.com.mx

E-mail: atencion@centroquetzali.com.mx

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