¿Es válido practicar un deporte que ponga en peligro nuestra salud física o emocional? La respuesta contundente es no. Incluso, la sola idea de riesgo no debería estar contemplada en una actividad cuya esencia es preservarnos sanos, disciplinados a las normas, respetuosos de nuestra comunidad y mejores en nuestras relaciones sociales.
Pero hay deportes cuyo éxito se basa en la violencia desmedida, injustificada y absurda. Uno de ellos, sin duda, es el futbol americano. Y aquí debo hacer una revelación que me es difícil explicar: desde muy joven he sido seguidor de los Acereros de Pittsburgh. Me entretiene ver sus juegos, me siento feliz cuando ganan y anhelo siempre que obtengan campeonatos.
Por eso, no dejé de sentirme culpable al ver la maravillosa película La verdad oculta, que precisamente comienza con el caso de Mike Webster, centro (así le llaman a los jugadores encargados de pasar el balón en cada jugada al mariscal de campo) de los Acereros, quien fue el primero en suicidarse a raíz de una entonces desconocida enfermedad mental que muchos catalogaban como Alzheimer precoz, demencia, traumatismo craneal leve o incluso depresión.
En una de sus mejores actuaciones, Will Smith interpreta al doctor nigeriano Bennet Omalu, especialista en epidemiología, neuropatología y patología forense, entre otras áreas. Es a partir de la “ciencia de la muerte”, como él la llama en la película, que encuentra dos coincidencias en varios cadáveres que analiza: el primero, que habían sido jugadores de la NFL (la liga profesional de futbol americano en EU) y, el segundo, que sus cerebros estaban hechos añicos debido a una proteína maligna liberada a causa de los golpes que recibieron.
El médico entonces decidió nombrar al padecimiento como Encefalopatía Traumática Crónica (ETC), que hoy muchos la reducen solo a “concusión” (que es el título que lleva la película en su versión en inglés, Concussion).
¿Qué se necesita para que surja esa enfermedad? Según nos dicen en la película, a lo largo de su carrera como futbolista Webster recibió unos 70 mil impactos directos a la cabeza, semejantes en fuerza al golpe con un mazo. Es tal el cúmulo de violencia contra uno de los órganos más sensibles del ser humano, como es el cerebro, que uno no entiende cómo es que este tipo de deportistas puede sobrevivir décadas practicando el futbol americano.
Quizá haya quienes admiren e incluso intenten imitar a estos jugadores por su corpulencia física, aunque hay quienes apuestan al sobrepeso sus posibilidades para ser admitidos en algún equipo. Pero luego de ver la película es imposible no sentir cierta compasión por aquellos que fueron perdiendo sus capacidades mentales hasta llegar al suicidio.
El filme trata sobre seis casos relevantes, aunque también deja claro que 28 por ciento de los futbolistas están en riesgo de sufrir ETC y unos 5 mil demandaron a la NFL por ocultar los riesgos de practicar este deporte.
Digámoslo claro: como parte de nuestro entretenimiento siempre ha habido alguna forma de violencia (en caricaturas donde un coyote cae desde acantilados, es atropellado o le explota dinamita; en películas en las que lo menos que vemos son balazos al por mayor, en series que nos muestran a asesinos despiadados, en canciones que nos narran “proezas” de algún narcotraficante…), por lo que siempre apostamos que se imponga la inteligencia y a partir de ella decidir qué hemos hecho, qué hacemos y qué nos falta por hacer para siempre evitar el daño.
En el caso de un deporte como el futbol americano la única forma de hacerlo es que desaparezca. Y eso no va a pasar. Por eso, sería bueno ir limitando nuestro fanatismo y cruzar los dedos porque las próximas generaciones sean atraídas por hallazgos tecnológicos, por la curiosidad científica, por el gusto hacia la cultura e incluso por deportes que les permitan sobresalir sin arriesgar su vida.
Pero que quede claro: yo no le pido a usted que deje el futbol americano. Simplemente le exhorto a que considere que en cada juego hay personas en el campo que deciden, consciente o inconscientemente, participar aun si en ello les va la vida. Y eso es un precio muy alto solo para pasar un momento agradable, ¿no le parece?