Para mi Doc favorito, con cariño
Tus ancestros lo llamaban magia, tú lo llamas ciencia.
Vengo de una tierra en la que ambas son lo mismo.
Thor (y yo)
¿Alguna vez has acudido con un abogado? ¿Con una espeleóloga? ¿Un politólogo o una física nuclear? Con el primero es mucho más probable, con los otros tres, difícilmente. Y aunque sin duda su aporte es de suma importancia, podemos pasar una vida entera sin conocer su labor. No así con los médicos.
La medicina es de las profesiones más antiguas y se remonta, prácticamente, a los inicios de nuestra especie. Los médicos de la prehistoria eran los sabios de la tribu: chamanes, sanadores y curanderos, y merecían respeto y admiración. Y aunque sus dotes sobrenaturales se han convertido en ciencia, la realidad es que estos brujos de la actualidad son una constante en nuestras vidas, querámoslo o no. Están ahí, para recibirnos, el día en que nacemos, y cierran el ciclo, marcando nuestro deceso.
Se dice de los médicos que “salvan vidas”. Y es verdad. Pero se trata de mucho más que evitar que partamos a nuestro último descanso. No solo es hacer un trasplante de riñón exitoso o reactivar nuestro corazón tras un paro. Desde combatir un virus estacional o una bacteria estomacal, hasta luchar contra un lupus o un cáncer, hacer un diagnóstico acertado es, ya, salvarnos la vida.
Los médicos nos alivian la gastritis que nos provoca el estrés del trabajo y nos permiten entregar el proyecto a tiempo; nos sacan de la cama cuando ardemos en fiebre para que logremos llegar a la presentación del bailable escolar de nuestros hijos; nos ayudan a controlar los síntomas de la menopausia y, quizás, esquivar un divorcio, además de la locura; ahuyentan el permanente dolor de rodilla, consecuencia de un accidente automovilístico, que, con cada escalón, auguraba una vejez cargada de analgésicos y antiinflamatorios; nos ayudan a mejorar nuestra autoestima al disminuir nuestra talla de cintura o aumentar la de sostén; nos calman la comezón cuando tuvimos sexo sin preservativo (con respectivo y merecido jalón de orejas), para que volvamos a disfrutar, responsablemente, de las mieles de la soltería; nos extirpan esa bomba de tiempo que es el apéndice a punto de explotar; restablecen, tras una prolongada anemia, no nada más la fuerza de nuestro cuerpo, también la sedosidad de nuestro cabello; o, simplemente, nos sanan al prestarnos oídos y atención, y darnos explicaciones claras o consuelo… Y eso, todo eso, también es salvarnos la vida.
Los doctores son gente como tú y como yo, que, cada uno por distintas motivaciones, decidieron convertirse en héroes sin capa pero con bata. Su superpoder no viene de la mordida de una araña, de una mutación genética, de proceder de una raza superior o extraterrestre, ni de la experimentación científica, sino de años de estudio y preparación, y un arraigado sentido de servicio. No son Batman ni Ironman ni Hawkeye, sino Bruce Wayne, Tony Stark, Clint Barton. Y Oliver Green, Barbara Gordon, Scott Lang, Natasha Romanoff, Dick Grayson, Kate Bishop, Matt Murdock o Dinah Drake, héroes hechos a base de entrenamiento y de explotar sus habilidades y conocimiento.
Como hombre, soy solo carne y hueso. Puedo ser ignorado, puedo ser destruido.
Pero como símbolo… como símbolo puedo ser incorruptible. Puedo ser eterno.
Batman
Si bien con orígenes claramente místicos, ser médico se ha convertido en un símbolo de honorabilidad y altruismo, virtudes innegablemente atribuibles de igual forma a los superhéroes. Excepto que los galenos no salieron de ninguna historieta, son héroes de la vida real que esconden su rostro solo tras el cubrebocas, y cuyo traje distintivo, de haberlo, es la pijama quirúrgica. Y, al igual que los personajes de cómic, se rigen por el principio de vencer al mal y hacer el bien, aunque ellos le llaman Juramento Hipocrático.
Sea el más renombrado especialista o el médico general de la clínica olvidada de la sierra, el mejor cirujano en su área o el que consulta en la farmacia de la colonia, son héroes de la vida cotidiana que, día con día, combaten los males que aquejan a nuestros cuerpos, y vencen a los villanos, los virus y bacterias, una enfermedad a la vez, de los miles de pacientes que nos sometemos al ojo clínico de esos chamanes contemporáneos y confiamos en la magia de su poder de sanación.
Así que hoy, en su día, y por siempre:
¡Gracias!