Cuando decimos 30 de abril, se nos viene a la mente de inmediato una celebración para los niños con dulces, juegos y mucha diversión; sin embargo, este día surgió como un recordatorio para promover los derechos de los menores en su sentido más amplio.
El contexto bajo el cual fue creado se dio con la Primera Guerra Mundial, ya que dejó cientos de pequeños afectados, así que la Liga de las Naciones ratificó, el 26 de septiembre de 1924, la Declaración de Ginebra sobre los Derechos de los niños. Y un año después se asentaría el 1 de junio como el Día Internacional del Niño.
De hecho, una vez que surgió la ONU, determinó, en 1959, el 20 de noviembre como el Día Universal del Niño, conmemoración que sigue vigente. Aunque el Día del Niño varía en cada país, en México lo celebramos el último día de abril.
La finalidad de este festejo sí es hacer que los niños la pasen genial, pero no solo un día, sino procurar que sus derechos sean observados y fomentar las medidas que se requieran para darle a la niñez el bienestar y el desarrollo que necesita.
Quién no ha escuchado la frase “Los niños son el futuro de México”; de hecho, fue bajo el mandato del Presidente Álvaro Obregón que se decretó a nivel nacional este festejo en 1924. Sin embargo, es nuestra responsabilidad, como mayores, brindarles las mejores condiciones para que alcancen ese futuro fortalecidos y en las mejores condiciones, no nada más físicas, emocionales y espirituales, también políticas y ambientales.
Tal vez la conmemoración nació por los estragos de la Primera Guerra Mundial, pero debe preocuparnos tener presente su verdadera finalidad, ya que el panorama no cambia demasiado con el conflicto entre Rusia y Ucrania, ni con la inseguridad que vivimos en nuestro país.
