Eran las dos de la tarde del sábado 14 de marzo en Coatzacoalcos. Como todos los días, conducía rumbo a mi casa para almorzar con mi familia.
En las noticias reseñaban una rueda de prensa convocada de última hora por las autoridades de educación. Informaban que el 20 de marzo sería el último día de clases presenciales.
Al mismo tiempo mi celular comenzó a sonar por una serie de notificaciones. Casi choco por andar revisando mis mensajes. Mejor me apresuré a llegar a la casa y fue entonces que pude percibir el grave problema que se le venía al mundo. El aislamiento, pensé, va golpear a las empresas y a mí entre ellos.
He escrito muchos libros, pero jamás había sentido tanta presión por tomar la decisión de negocios más crítica en mi carrera profesional.
Esa noche ya no pude probar ni un bocado, y eso que minutos antes moría de hambre.
Confirmar todos los mensajes recibidos fue un duro golpe. A partir del 21 de marzo, ya no podríamos seguir impartiendo nuestro servicio de forma presencial.
Como universidad privada, teníamos dos opciones, suspender actividades hasta un probable retorno presencial a clase o hacer uso de medios alternativos para cumplir con la prestación del servicio de educación superior.
Afortunadamente, se tomó la decisión de continuar con el servicio y buscar alternativas para prestarlo. De no hacerlo, es probable que la institución ya sería historia en estos momentos.
Todos los líderes del empréstito mexicano tenían que tomar la decisión más difícil de sus vidas en solo unas horas.
Restaurantes, con años de tradición, cambiaron primero de mentalidad, después sus procesos y hasta su estructura.
En nuestra institución seguíamos a pie juntillas lo que dictaba Drucker: “entender al cliente tan bien que el producto o servicio se ajuste perfectamente a él”. Y así los clientes asistían a comprar sus productos o a contratar el servicio.
Ahora, el nuevo paradigma obliga a llevar el producto o servicio hasta el hogar de los clientes.
Se entendió, había que cambiar el proceso para brindar la misma calidad. En el caso de los restaurantes, por ejemplo, el reto es llevar la comida a casa con altos estándares de higiene, modificar la forma de recibir pedidos, adaptarlos a la teoría de las colas y atenderlas en tiempo y forma.
Urgió en muchos de los casos hasta una reingeniería administrativa, o por lo menos evaluar los canales de comunicación a distancia para satisfacer a los clientes.
Nunca como ahora se valora el teléfono residencial, los mensajes de texto, de whatsapp, el messenger, redes sociales como facebook, twitter, Instagram, zoom o cualquier recurso tecnológico que agilice las ventas.
Cuando vuelva la calma, que espero así sea, la tempestad nos habrá dejado una ventaja competitiva por todos los conocimientos adquiridos en la adversidad.
La pandemia nos obligó a renovarnos ante el miedo a morir como empresa.
Sin crisis sanitaria, esta renovación hubiese sido más lenta, pero las circunstancias obligaron a actuar sin margen de maniobra y principalmente adelantar el gran salto al empleo máximo de las tecnologías.
Las empresas que sobrevivan habrán experimentado un cambio que les permitirá ser más flexibles en la operación de su negocio. Pero, sobre todo, contarán con un equipo de profesionales, a prueba de momentos extremadamente complicados.
Universidad Istmo Americana
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Cultura de Cambio “Crece con valores y nuevos comportamientos”
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