Aunque al parecer, el tiempo de cuarentena está llegando a su límite y las actividades cotidianas comienzan a tomar rumbo hacia la nueva normalidad, aún no existen amplias garantías de ello. Un sector especialmente sensible a estas circunstancias es el de las escuelas, ya que nadie sabe a ciencia cierta si podrán restablecerse las clases de manera presencial antes de terminar el año escolar. Sin embargo, lo que sí es cierto es que, el tiempo para el cierre cada vez se acorta más y, con él, las posibilidades de que los chicos se reencuentren con ese mundo de amigos que les da sentido de pertenencia, felicidad y un espacio para su desarrollo social.
Al respecto, varios de nuestros pacientes en consulta, han expresado sensaciones de angustia, tristeza, desesperanza sin saber, en ocasiones, por qué. Al explorar a detalle, hemos descubierto en ellos una particular decepción en quienes finalizan una etapa escolar completa, como el paso de la secundaria a la preparatoria, de ésta a la universidad o la culminación de los estudios profesionales. Y claro, es natural que tengan estos sentimientos, al pensar que terminará una fase tan importante de su vida sin siquiera poder decir un simple adiós a gente que quizá nunca vuelvan a ver, pero que representó un gran valor en su existencia.
El duelo de la despedida se está sepultando bajo el telón de la pandemia y esto no debe suceder.
El fin de un período escolar, debe reconocerse con amor, porque representa un camino andado y por el que no se volverá a transitar. Muchos actores colaboraron para que eso sucediera y eso merece un festejo, cuya función no es sólo diversión. Un buen cierre fortalece en los jóvenes la capacidad de visualizar metas y su culminación, así como la capacidad de soltar una etapa que se ha trascendido. Les da la oportunidad de aprender a asir con ambas manos el agridulce momento de la despedida con gratitud y fraternidad.
Las instituciones educativas no deberían reducir las posibilidades del fin de cursos a una fría entrega de documentos, a causa de la contingencia. La solución podría ser simple: demorar unos cuantos meses las anheladas graduaciones. Por supuesto que, con esto, no me refiero a los pomposos festejos que suelen realizar algunos colegios, sino a la ceremonia en que se reconoce el trabajo de todos para alcanzar una meta. De la misma forma, los padres de familia, tampoco deberían abandonar la idea de abrazar a sus hijos y abrazarse mutuamente por la conclusión de una etapa que a todos representó esfuerzo y crecimiento compartidos. Quizá, ahora, un discreto e íntimo festejo familiar sea un buen preámbulo de una graduación postergada, más no cancelada…
Vale la pena que todos lo pensemos ¿No creen?
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